Los primeros
minutos del trayecto los pasamos en silencio. Necesito que uno de los dos
hable, no me gusta la tensión que se crea así. Por más que me estrujo el
cerebro no encuentro nada que decir. Álex es la única persona que con su
presencia consigue dejarme sin palabras.
—¿Está muy
lejos? —pregunto mientras me desabrocho el cinturón en uno de los semáforos y
me paso a los asientos delanteros. Álex me observa.
—No
demasiado —el semáforo cambia de color y acelera, consiguiendo que pierda el
equilibrio. En un acto reflejo para estabilizarme, pone su mano en mi nalga—.
¡Siéntate de una vez y ponte el jodido cinturón! —grita.
—Vaya,
musculitos... no pierdes el tiempo —sonrío maliciosamente. Su cara se vuelve
granate al darse cuenta. Aparta rápidamente la mano de mi trasero y sujeta el
volante con fuerza.
—Yo... no...
yo... solo intentaba sujetarte —frena y espera a que me coloque. Se mueve
nervioso en su asiento y traga saliva. Su inocencia me tiene atrapada por
completo. Me acomodo por fin y me abrocho el cinturón, como ha pedido. La
tensión de sus hombros disminuye y continuamos la marcha.
—¿El
apartamento está amueblado? —pregunto de nuevo para sacarle de su estado.
—Está
completo —contesta mirando a la carretera—. Puedes entrar a vivir sin problema.
—¡Genial! —me
encanta la idea de poder mudarme cuanto antes, apenas tengo tiempo y el no
tener que preocuparme en buscar muebles es una gran ventaja.
Pasamos cerca
de un famoso hospital donde ingresamos a mi madre cuando más desesperados
estábamos, y no puedo evitar pensar en ella y en lo que descubrí en mi
pecho hace unos días. «Estás haciendo
de esto un drama», me riño mentalmente. «No dejes que te afecte hasta que no sepas de qué se trata».
—¿Ocurre
algo? —la voz de Álex me trae de nuevo al presente.
—Oh... no,
no, es solo que estaba pensando en la mudanza.
—Me estás
mintiendo —afirma con rudeza, y mi corazón se acelera—. Esa expresión que he
visto en tu rostro no corresponde a un pensamiento de ese tipo —recuerdo su
habilidad para leer los gestos y me pongo nerviosa.
—Soy rara —respondo
para salir al paso y sonrío. No le convence mi respuesta y sigue observándome
con su frente arrugada. No me gusta, tengo miedo de que pueda adivinar mis
pensamientos.
—¿Qué es lo
que te preocupa? —aparca y me mira. Parece que hemos llegado. Soy incapaz de
contestar. «¿Cómo coño sabe que estoy
preocupada?». Evito gesticular para no darle pistas.
—Estaba
pensando en llamar a Natalia dentro de un rato para saber qué le han dicho —miento,
y parece que funciona.
—Después nos
ponemos en contacto con ellos para que te quedes tranquila —dice mientras baja
del coche. Yo hago lo mismo y respiro aliviada.
Caminamos
deprisa mientras cruzamos la calle y una vez que llegamos al otro lado nos
encontramos con un gran parque. Me gusta la zona.
—Este sería
un buen sitio para salir a tomar el sol —señalo un banco de madera. Mira a
varios hombres que hay por allí y junta sus cejas.
—No lo creo.
Habría demasiados ojos observándote —me quedo boquiabierta con su respuesta.
¿Acaso está celoso? Necesito picarle un poco para saber hasta dónde llega.
—No me
importa —digo sonriente—. Los ojos están para mirar, y si lo hace aquel macizo
de allí —señalo a un chico bastante guapo— no me importa —me mira con dureza, y
por alguna extraña razón me gusta.
—No hemos
venido a eso —toma mi brazo y tira de mí para que continúe. No puedo evitar
reírme interiormente. Este juego me está empezando a gustar.
—Aquel
hombretón de allí tampoco está mal —me paro de nuevo—. Creo que no hará falta
que entre al piso para saber que este barrio será mi nuevo hogar —oigo su
respiración agitada y mi niña interior salta emocionada.
—Toma las
llaves, que yo me vuelvo ya —dice, enojado. Ha llegado el momento de que pare.
—Oh,
vamos... no seas niño, estoy bromeando —me disculpo y se da cuenta de que ha
caído en mi trampa, pero no dice nada.
Llegamos a
un elegante bloque y subimos por una amplia escalera de mármol. Álex parece que
sigue picado conmigo porque no me habla, ni siquiera me mira. Cuando por fin
llegamos abre la puerta y me señala el interior.
—A ver qué
te parece... —entro y me quedo impresionada. Es mejor incluso de lo que había
imaginado. Amplio y luminoso. Para mí sola es más que suficiente. Está
amueblado, como me dijo, y hasta los colchones de las camas son nuevos. Sin
duda me lo quedaré.
—¡Es
perfecto! —le abrazo efusivamente. Como siempre que lo hago se tensa, pero no
me importa—. Me encanta mi nuevo hogar —sonrío y sigo descubriendo detalles que
a primera vista se me habían escapado—. ¡Mira! —le digo señalando a la ventana—.
Tiene hasta piscina comunitaria. Camina hasta mí para verlo.
—Vaya. Hice
mal en ofrecértelo —sonríe e intuyo que bromeará—. Debí habérmelo quedado yo.
—Ven a
visitarme a menudo y así podrás utilizarla —su expresión cambia a una más seria
y me preocupo—. ¿Estás bien? —de pronto soy consciente de que estamos solos y
demasiado cerca. Me pongo nerviosa recordando lo que pasó la última vez.
—Sí...
tranquila —vuelve a mirar a través del cristal—. Es solo que... —me pongo
delante de él. Adoro mirarlo a los ojos cuando me habla. Parpadea y se inquieta—.
Verás, Laura, hace tiempo que quiero hablar contigo sobre algo —baja su mirada.
—Vamos,
musculitos, sabes que puedes hablar conmigo de cualquier cosa —trato de
ayudarle a continuar. Sea lo que sea le está costando mucho soltarlo. ¿Acaso
tendrá que ver con su extraña castidad?
—Debería
empezar por el principio —levanta su intensa mirada hasta la mía y siento un
gran cosquilleo en la boca del estómago. Sus labios me resultan tan apetecibles
que solo quiero besarlos. Como si supiera lo que estoy pensando, deja de
hablar. Su pecho se eleva rítmicamente y su respiración se hace audible—.
Laura... —puedo ver a través de sus ojos cómo lucha contra el impulso. Yo no
soy tan fuerte y me dejo llevar por el mío.
Como si de
un imán se tratara, mis labios acaban sobre los suyos. Siento que algo no va
bien cuando lo hago, no me devuelve el beso. Me separo lentamente, tratando de
ocultar mi vergüenza, cuando sus fuertes manos atrapan mi rostro.
—Laura... —dice
de nuevo, y puedo oír cómo traga saliva. Cierra sus ojos por un momento y quedo
confundida. Parece estar peleando interiormente contra algo. Cuando los abre
puedo ver tormento en su mirada. Me aparto rápidamente, sea lo que sea quiero
aliviarle y tengo la desagradable sensación de que su malestar tiene que ver
conmigo.
—Será mejor
que me vaya —es lo único que acierto a decir—. Seguiré buscando piso, seguro
que pronto encuentro algo —camino hasta la puerta y me toma por el brazo.
—Espera... —tiro
para soltarme. Estoy tan incómoda que lo único que quiero es salir de ahí
cuanto antes.
—Déjame, Álex
—sus ojos se abren. Sabe que cuando uso su nombre algo no va bien—. Quiero irme
a casa —abro la puerta y cuando estoy a punto de salir la cierra con fuerza
dejándome atrapada entre su cuerpo y el frío metal. Sin mediar palabra,
estrella su boca contra la mía, sorprendiéndome. Intento apartarlo, necesito
saber qué coño está pasando con él. Pongo mis manos en sus hombros y lo empujo,
pero fallo en el intento. Toma mis muñecas sin dejar de besarme y las junta
sobre mi cabeza mientras pega su cuerpo más al mío. Me dejo hacer. Cuando se
asegura de que no me resistiré, deja libre mis brazos y rodeo su cuello con
ellos. Abro mi boca dándole acceso y su lengua no tarda en invadirme. Su sabor
junto a la humedad de nuestro beso consigue sacarme un gemido que parece
volverle loco. Se aparta por una décima y me mira jadeante buscando mi
aprobación. No tengo que decir absolutamente nada, sabe perfectamente que estoy
dispuesta a llegar hasta el final. Empieza a preocuparme que con una simple
mirada sepa lo que quiero. Antes de que pueda pensar nada más siento sus
calientes manos en mi cintura. Mi piel reacciona y me activo sin poder
evitarlo. Le deseo con todo mi ser. Tiro de su camiseta y se la quito del
cuerpo con habilidad. Ya le había visto sin ella, pero no me había fijado hasta
ahora en sus marcados pectorales. Casi consiguen que me derrita. Levanta mi
vestido y lo saca por mi cabeza, dejándome en ropa interior.
—Joder... —susurra
y pega su pecho desnudo al mío mientras vuelve a besarme como si le fuera la
vida en ello. Acaricia mis muslos, mis caderas, mi espalda... respira
agitadamente mientras lo hace. Puedo sentir su dureza contra mi abdomen. Me
complace saber que soy la causante de su estado. Apenas sin esfuerzo me levanta
sujetándome por las piernas, las cruzo en su cintura y me lleva hasta una de
las camas. Me deja sobre ella con cuidado y comienza a quitarse el pantalón.
Sus ajustados bóxer blancos marcan a la perfección toda su plenitud y creo
volverme loca. Quiero hacerle mío cuanto antes. Se echa sobre mí y mis manos
moldean su espalda mientras me besa. Gime cuando paso mis uñas por sus omóplatos
y presiona sus caderas contra las mías buscando alivio. No sé en qué momento ha
conseguido desabrochar mi sostén, pero cuando me quiero dar cuenta la suave
piel de mis pechos está rozándose con la suya.
Pierdo el
pudor por completo. Es poca la ropa que nos queda, pero me molesta. Enredo mis
pulgares en la goma de su ropa interior y la deslizo consiguiendo quitársela. Él
hace lo mismo con mi minúsculo tanga. Lo deja sobre la mesilla y se coloca de
nuevo entre mis piernas. Sus ojos reflejan deseo y excitación. Acaricia mi
cuerpo con suavidad, provocándome pequeñas corrientes eléctricas. Observa todas
y cada una de mis reacciones. No quiero presionarle, le dejo que se tome su
tiempo, pero la espera me está torturando. Cada segundo que pasa necesito más
de él.
—Álex... —suspiro
mientras me arqueo buscándole. Gruñe impaciente. Pega su frente a la mía en un
intento de control y me habla.
—¿Te cuidas?
—susurra agitado.
—Sí... —acierto
a decir.
Siento
presión en mi húmedo centro y muy despacio se sumerge en mi interior. Muerde
mis labios suavemente mientras sus manos rodean mi cintura con fuerza. Hace una
pequeña pausa para disfrutar de nuestra unión. Inspira profundamente y comienza
a moverse. Primero lento. Jadeo cada vez que retrocede y me curvo cuando
profundiza. Él lleva el control. Nos abrazamos y nos besamos continuamente. Su
respiración es cada vez más rápida, y la velocidad de sus movimientos aumenta.
Gimo fuerte mientras me pierdo entre las olas del placer. Estoy a punto de
tocar el cielo y lo sabe. Todos mis músculos se contraen.
—Dios, Laura
—grita mi nombre y no aguanto más. Pongo las manos en sus glúteos y le presiono
contra mí—. Gruñe buscando control, pero no se lo permito, su rendición viene
de la mano con la mía. Nos dejamos ir entre gemidos y gritos de placer. Segundos
después acabamos exhaustos. La cara de Álex queda escondida en el hueco de mi
cuello mientras tratamos de reponernos. Ha sido demasiado intenso. Me siento
extraña, varios hombres han pasado por mi cama y nunca he sentido algo parecido
a esto. Es la primera vez que practico sexo con sentimientos de por medio.
—¿Estás
bien? —le pregunto mientras rozo su espalda con la punta de mis dedos. Está
tardando demasiado en reaccionar.
—Sí —dice
sin moverse. Sonrío. Creo que he acabado con él.
Levanta la
cabeza y sus ojos quedan a la altura de los míos. Están apagados, no son los
mismos de hace unos minutos. ¿Qué le pasa?
—Álex, ¿seguro
que estás bien? —mi tono es de preocupación. Asiente y se echa a un lado. Es su
primera vez y no sabe reaccionar. No se lo tendré en cuenta.